13 de diciembre de 2014

La fuente de todos los males


Hace años tenía una amiga muy cercana que siempre afirmaba ser incapaz de ser feliz. Es más, continuaba diciendo que la felicidad para ella solo podía ser efímera y en nunca permanente. Como era mi mejor amiga, tenía sus opiniones en alta estima y siempre daba valor a sus palabras, demasiado valor. Con el paso del tiempo, sus opiniones, que eran por aquel entonces tan diametralmente opuestas a las mías, acabaron calando en mi forma de pensar. Si bien nunca llegué a ser tan pesimista sobre la vida como ella, si que me dejé influenciar en gran medida.

El hastío que suponía seguir la rutina cada día se apoderó de mi alma y cada jornada me parecía exactamente igual que la otra. Todos los días del calendario eran iguales, salvo escasos momentos que conseguían hacerme olvidar mi aburrimiento vital de forma efímera. Siempre volvía a caer en manos del aburrimiento supremo: la muerte del alma en vida por asfixia. Si tuviese que describir aquella época de mi vida en pocas palabras, diría que el mundo se volvió blanco y negro. Casi todo era negro y solo a veces había algo de blanco.

Los años pasaron, aquella amistad llegó a su fin y mi vida siguió su curso de una forma que jamás habría podido imaginar. Ahora el mundo está lleno de color a mi alrededor e incluso un irrelevante viaje en metro me resulta inspirador, lo suficiente como para escribir estas líneas en mi portátil. Ahora vivo cada momento presente tanto como puedo. No diré que al máximo, ya que no me considero un perfeccionista pero si en gran medida. Mucho más que antes y de forma completamente distinta a aquel periodo de oscuridad.

Tras haber experimentado ambos estados mentales, el oscuro y el sano, puedo especificar la fuente de todos los males que sufre un hombre o una mujer: el punto de vista. La forma de ver las cosas es lo que nos atormenta o nos libera. Sí, la cuestión no se resumen a ver el vaso medio lleno o medio vacío, es mucho más complejo que eso. Pero hay algo que es muy simple, conceptualmente hablando, y es que en cada uno de nosotros reside la posibilidad de madurar lo suficiente como para encarar la vida con salud mental. La cuestión, entonces, reside en mantener un equilibrio interno en nuestra mente.

Solo una persona equilibrada puede aspirar a ser feliz. Y el meollo del asunto es ese, ¿no? Si no, ¿qué sentido tiene todo lo que hacemos o la misma existencia en este mundo? No nos equivoquemos pensando que hemos nacido para sufrir o para servir a cierto propósito. Estamos en este mundo de forma no voluntaria, alguien más decidió – o no – traernos a la vida. Ese asunto no nos interesa porque no hay nada que hacer al respecto, nos guste o no, estamos aquí. Y ya que estamos, mejor que nos guste ser.

Ahora bien, ¿ser el qué?¿Desdichados o felices? La elección es obvia pero parece que lo olvidamos a menudo y con gran facilidad. Somos olvidadizos, nos dejamos distraer por cualquier cosa, como obligaciones, deberes, normas y un sinfín de cosas. La vida va tan rápido que no nos ponemos a pensar en algo tan simple como: ¿soy feliz con mi vida? Si la respuesta es sí, enhorabuena.

En cambio, si es un no, estoy seguro de que hay muchas cosas que requieren una reorientación en tu vida. La pérdida del norte en la vida es un mal muy generalizado, tan solo hay que escuchar unas pocas conversaciones para darse cuenta de ello. Lo habitual es que las personas más aquejadas por este mal pregunten cosas como ¿qué tal el trabajo? o ¿qué tal el estudio? Pero nunca preguntan lo más importante: ¿eres feliz? Y yo te pregunto, estimado lector, ¿lo eres?

César P.

No hay comentarios :

Publicar un comentario