21 de julio de 2015

Volvemos a Disney


Creo que han pasado casi cuatro años desde la última vez que vine a Disneyland París. En aquella ocasión, vine con mi novia de aquel entonces. Ahora, vengo con mi pareja actual. Casi paree que he cogido costumbre a venir en pareja a Disney, casi. Otra similitud es que en ambos casos – se podría decir que – cumplía algún tipo de promesa. Mi vida ha cambiado mucho en estos pocos años. Hay cosas que han desaparecido por completo, amistades que se han para no volver jamás, historias de amor que llegaron a su desenlace, una carrera que por fin acabé, etc. Y, ahora, sueños que estos haciendo realidad.

Sin duda alguna, mi vida ha pasado por altibajos diversos en estos años. No puedo evitar preguntarme, ¿Disney seguirá igual? Ese lugar mágico que recuerdo haber visitado hace algún tiempo, ¿seguirá inmutable? ¿De dónde surge el incansable deseo de sentirnos únicos, especiales e – incluso – mágicos? Tras recorrer las calles de Disneyland, he comprobado que sigue siendo un lugar apacible que consigue sacarte más de una sonrisa. Sus calles y atracciones no han cambiado apreciablemente. Eso sí, este lugar sigue siendo un agujero negro para el dinero.

No sé qué me dolerá más al terminar la tarde, si las piernas, la espalda o la cartera. Hoy hemos sacado fuego a la Visa pero también hemos quemado el efectivo. Tanto así que ha desaparecido el cash. Lo que pasa en Disneyland, se queda... bueno, no, la diversión y los recuerdos valen la pena. Pero bueno, una vez cada varios años, no hace tanto daño, ¿no? He montado en varias atracciones en las que no había subido la vez anterior. He echado muchas fotos, hemos pateado los dos parques sin parar salvo para rellenar la botella de agua. Y, para rematar la jornada, hemos visto el desfile de los personajes en Disneyland. Justo cuando nos íbamos saltaron las fuentes del castillo a modo de despedida.

Una pequeña coincidencia que sirve de guinda para el pastel. París y Disneyland bien valen un sueldo. Sabéis que no exagero, este viaje de una semana a la ciudad de las luces ha sido – de lejos- el más caro que me he costeado. También ha sido una experiencia única en la cual han pasado innumerables cosas difíciles de olvidar. Hay cosas que solo se viven una vez en la vida, o unas pocas veces. Volvemos hechos polvo después de una jornada llena de sensaciones intensas que han abarcado casi todo el abanico posible salvo la tristeza. Miedo, euforia, estrés y mucha risa. Al final, solo quedan las risas.

El buen rollo es lo único que nos acompaña de vuelta al hotel. Esperaba sentirme mucho más cansado pero a la puesta de sol sigue un frescor en el aire que reanima el cuerpo. No tengo nada de cansancio ahora mismo, creo que dentro de mí hay demasiada energía contenida. En conclusión, Disneyland mola mogollón.

César P.

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