12 de diciembre de 2014

Tus días no duran 24 horas


A menudo me dicen que mis días no duran 24 horas, ya que con todo lo que hago es imposible que mis jornadas tengan la misma duración que las del resto de la gente. Sin embargo, dudo mucho que las leyes de la física hagan una excepción conmigo por mucho que me gustaría un trato especial. Además, recientemente me sorprendo a mi mismo haciendo más cosas que antes y siento como si los días me cundiesen un poco más. A pesar de ello, a veces no me alcanza el tiempo para hacer todo cuanto querría. He aprendido a aceptar que el tiempo es un recurso limitado y, como tal, hay que gestionarlo con habilidad.

Hace tan solo una semana o dos, ya no lo recuerdo, terminé de leer un libro que recomiendo mucho: Emociones tóxicas, de Bernardo Stamateas. En este libro el autor afirma que uno puede alcanzar lo que se propone si su forma de ver el mundo, es decir, su filosofía de vida, es sana. También insta al lector a gastar toda su energía haciendo cosas, a agotarse haciendo y a dejar de esperar que las cosas se hagan solas (algo muy improbable), evitar perder el tiempo y perseverar. Cualquier cosa que valga la pena, conlleva esfuerzo. Muchas de las personas, como cita este libro, que fracasan han sido derrotadas, si no que se han dado por vencidas; han tirado la toalla.

Leí este libro con mucho interés y tardé más de lo que me lleva habitualmente leer un libro de tan poca extensión porque releía pasajes enteros cuando quería asimilar ideas. Le daba vueltas a los capítulos hasta que sentía dentro de mí que los entendía y, después de perseverar, algo cambió. De pronto, me di cuenta de que estaba enfocando mal varios aspectos de mi vida. Entre ellos, la gestión del tiempo o ciertas facetas de mi relación sentimental. También tenía algunos asuntos pendientes en cuanto a mi forma de tomarme mi trabajo, ya que suelo estar muy enganchado a lo que hago.

Por un lado, tenía que gestionar mi tiempo de forma eficiente. Además, debía hallar un equilibrio menos fluctuante en mi relación y, por otro lado, no me vendría mal empezar a desconectar un poco cuando me lo pudiese permitir o cuando me diese la gana hacerlo fuera de horas de trabajo. Simplemente, casi de un instante a otro, empecé a hacer todo esto. No me lo pensé mucho, solo me di cuenta de que me vendría bien implementar algunos cambios, y a mi pareja también le sentaría bien. Y lo hice.

Improvisé sobre la marcha y seguí hacia adelante sin mirar atrás. Ahora que me tomo un momento para pensar en lo que este cambio de chip supuso me doy cuenta de que es tal y como decía el libro: si gastas todas tus energías haciendo cosas cada día, todo empieza a seguir un curso. Desde luego, no se trata de actuar al azar, ya que tengo un objetivo y la mayoría de mis acciones están orientadas a hacerlo realidad. Ser un hacedor es más reconfortante y saludable que ser un postergador.

César P.

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