2 de marzo de 2013

La labor de Rafael Correa en Ecuador.

Rafael Correa llegó a las elecciones del pasado domingo 24 de febrero con cierta calma. Una tranquilidad que difícilmente se encuentre próxima a lo que sentirá hoy, algunos días más tardes de haber celebrado el triunfo con el 56 % de los votos, pero con el espíritu tranquilo de haber demostrado en sus seis años de mandato la línea de su gobierno. Para los países de la región, la continuidad de Correa al frente de Ecuador es un hecho de trascendencia. Más todavía: para los habitantes de los países latinoamericanos, máxime los ecuatorianos, la reelección de Correa implica que durante los próximos 4 años habrá una profundización del modelo del que tanto se teoriza y tan bien se aplica en los hechos reales. Se habla de socialismo para resumir su forma de gobierno. Se trata, sin dudas, de una política social que se encuentra en las antípodas de las recetas neoliberales que bajaron durante muchos años desde el Norte de nuestra América para ser aplicadas ciegamente por funcionarios adictos, pero no podemos hablar de socialismo como hablaban Marx y Engels. Sugiero quedarnos con la idea de que la permanencia de Correa mantiene el cielo americano libre de chaparrones neoliberales. 


Ciertamente, una elección en la que estaba en juego renovar democráticamente su mandato al frente de la República de Ecuador era un acto eleccionario trascendente. Los seis años de Rafael Correa como Presidente, tras haber sucedido a Alfredo Palacio, pero sobre todo, sobreviniendo a Lucio Gutiérrez y a Jamil Mahuad, quienes ejercieron patéticamente la primera magistratura del país andino, son brillantes en el contraste. Vencedor en las elecciones para el periodo 2007-2011, debió someterse a elecciones generales en abril de 2009, tras una reforma constitucional del año 2008 en la que la Constitución Nacional fue sustancialmente modificada. En aquella ocasión se impuso como Presidente hasta este año que comienza. Pese a imponerse por primera vez en 30 años en primera vuelta, no había garantías de que pudiera completar su mandato. La convulsión social de Ecuador se entremezcla con ánimos débiles de subordinados que no precisan de mucho para decidir un golpe de estado y el regreso al estado anterior. 

El armado de la campaña eleccionaria para este nuevo periodo tuvo de eso que toda elección genera, mucha de esa liturgia que alguna vez llegaremos a cuestionar como deberíamos para decidir si los ciudadanos deseamos que las sumas que se invierten en persuadir al soberano para que vote a tal o a cual no podrían encontrar un mejor destino. Después de todo, si educamos al soberano, simplificaremos notablemente la dinámica de las elecciones. Haciendo esta observación a un lado, la campaña presidencial de Correa estuvo lejos de la papelonera campaña de Peña Nieto, actual Presidente de México -a quien algún día dedicaremos algunas palabras-, pero sobre todo, estuvo acompañada por una prueba que excede a todas estas: los hechos, los cambios reales que han tomado vida en Ecuador: rechazo del pago de la deuda externa ilegítima, reforma al sistema de educación, protección de recursos naturales, desarrollo de políticas energéticas, reestructuración de la justicia y fuertes inversiones sociales, por nombrar las más importantes. 

Ecuador es uno de los países con mayor protagonismo y dentro de cuyas fronteras mayores reformas se han abordado estos últimos años. Tiene, como cada país de la región, un escenario particular, difícil de extrapolar a sus países vecinos, y por supuesto, imposible de llevar a la cosmovisión europea. Como hemos comentado en el artículo anterior (Una nueva era política y social en Latinoamérica), la realidad latinoamericana responde a múltiples razones. Se vive en la región un momento de cohesión interna muy importante y trascendente como quizás nunca antes, que es preciso seguir aprovechando. Montarse a un contexto regional en un escenario mundial en el que los reyes pierden la corona -y no pueden encontrarla ni en la piscina ni en el baño- es clave para que de aquí a poco comience a darse el trato igualitario que los países latinoamericanos merecen.

Tolchoko

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