Todas las personas nacemos con inquietudes particulares que
nos mueven a la largo de la vida. Además, nuestras capacidades no son las
mismas. Tenemos intereses distintos, habilidades diferentes, aprendemos a
distintas velocidades, etc. A pesar de las diferencias, hay algo en común que
todos compartimos: la posibilidad de autosuperarse. Y digo posibilidad cuando
debería decir deseo pero a día de hoy existen muchas personas que no poseen tal
motivación.
Debido a mi trabajo (soy profesor particular), trato con
jóvenes de distintas edades y condiciones sociales. Esto me permite sondear de
forma mínimamente significativa la actitud de los mismos en nuestra sociedad.
De vez en cuando me encuentro con algún caso preocupante, por no decir
patológico. La ley del mínimo esfuerzo es lo que impera en un número
considerable de los jóvenes cursando la ESO y Bachillerato.
No creo que la culpa la tengan los alumnos en absoluto.
Ellos se limitan a aprender y asimila –en última instancia, a interiorizar- lo
que se les presenta como adecuado en los centros de estudio. Ayer estaba
repasando sociales con uno de los alumnos difíciles
de tratar y me vi tremendamente sorprendido cuando el chaval contestó a una
pregunta no solo de forma incorrecta sino carente de sentido y, la guinda del
pastel, añadió despreocupado “Esto vale de sobra” cuando cuestioné la
precisión de su respuesta.
Hablando sobre el asunto, el alumno se defendía diciendo
frases como “Esto en mi insti vale” o
“Tendrías que ver lo que hacen los demás”.
Este es un buen ejemplo de joven para quien la mediocridad es más que aceptable
y, además, no supone ningún motivo de preocupación. El problema que observo no
es tan solo la falta de conocimientos sino una carencia de valores necesarios
para abrirse paso en la vida.
Con más frecuencia de la que me gustaría, también detecto
una seria falta de disciplina en alumnos de diversas edades. Por suerte, no es
un mal extendido a todos los estudiantes pero sí a un porcentaje considerable.
Los malos hábitos que se cogen en las etapas tempranas de la formación
académica son los más difíciles de combatir y se mantienen - interiorizados a lo largo de años – en la
etapa universitaria, la vida profesional, etc.
El asunto ya no se limita, por desgracia, a un sistema
educativo que no es capaz de impartir eficientemente los conocimientos a los
alumnos (y por eso yo tengo trabajo) sino que carece en gran medida de una
educación en valores y principios. El resultado es evidente: se crean
generaciones de jóvenes mediocres y conformistas. ¿Alguien se pregunta por qué
va así España todavía?
César P.
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