No han tardado en elevarse los brazos al cielo tras los
últimos hechos que involucran a la auxiliar de enfermería que se contagió de
ébola, Teresa Romero. La desafortunada mujer ya no tiene la enfermedad en su
organismo, según los más recientes partes médicos, pero tampoco tiene perro.
Todos recordaremos cómo se sacrificó a Excálibur, como medida de seguridad,
hace unos días.
El revuelo que se montó ante la inminente ejecución del
perro no fue suficiente – a pesar de que se armó buena – para detener el
proceso. Lo más indignante es que a
Excálibur no se le llegó a realizar ninguna prueba para determinar si era
portador del virus del ébola o no. Según el protocolo, como dijeron las
autoridades, había que sacrificarlo por
si las moscas.
Pues bien, alguien ha quedado en evidencia. En realidad,
mucha gente. La auxiliar de enfermería ya no tiene ébola, parece el fin de la paranoia en España y hay un perro muerto
que fue ejecutado injustamente. Esto hará las delicias de las asociaciones
pro-animales y las protectoras, no porque disfruten con el hecho en sí sino
porque tendrán mucho por lo que protestar y quién sabe a dónde podría llevar
eso.
Aprovecho para sacar a relucir algo que me ha llamado la
atención desde hace mucho tiempo. Si una persona comete un “crimen” se le juzga
y encierra en prisión – si el crimen es lo suficientemente grave – hasta que “paga
su deuda con la sociedad”. No voy a hablar de lo inútil/absurdo que puede ser
el sistema judicial, eso daría para otro artículo e incluso para un libro
entero. Pensemos en los animales, en concreto, los perros. Si un perro comete “un
crimen” (muerde o mata a alguien), se le condena a muerte. No hay otra pena. No
hay rehabilitación ni proceso que no lleve a la ejecución del animal.
Pero, y seamos honestos por un momento, ¿de quién es la
culpa? ¿Del perro? ¿Vamos a culpar a un ser que ni siquiera pidió vivir con
nosotros sino que alguien compró en una tienda y se lo llevó a casa para, a
todas luces, criarlo de forma inadecuada hasta que sucedió un desagradable
incidente?, ¿somos así de hipócritas? La culpa es siempre de las personas.
Siempre.
Ya lo dice César Millán en el primero de sus libros, El encantador de perros: el perro en zona roja se hace, no nace. Son
las personas quienes los desquician. Y fue una persona quien puso en riesgo de
contagio a Excálibur. Sin embargo, y a pesar de ello, la solución fue la misma
de siempre: ejecutar al chucho.
Lo que me molesta de la situación es que ni
siquiera le hayan hecho una prueba para determinar si estaba contagiado o no.
Después de todo, hay que cortar por lo sano, ¿no?
Si la misma política se usase en personas, ¿cuántas cabezas
rodarían?
César P.
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