Hace un mes que empecé las clases de la universidad, momento
que para mí marcó la vuelta a la rutina. He
tardado unas pocas semanas en establecer mis horarios para los próximos meses.
Por las mañanas estudio y por las tardes hago de profesor, es decir, trabajo.
No me queda tiempo para casi nada más entre semana, mi vida es un no parar. Voy
de un lado para otro, encadeno horarios y apenas tengo tiempo para un café
entre una clase y otra.
¿Aburrimiento? ¡No tengo tiempo para aburrirme! ¿Cansancio?
Sí, a menudo. No solo al final del día sino a lo largo del mismo. El cansancio
me permite disfrutar de los momentos libres de una forma que apenas termino de
comprender. Cada noche disfruto de cada minuto que puedo aprovechar para dormir
y me levanto deseando no tener que abandonar la comodidad de mi habitación tan
pronto. Pero es lo que hay.
Algo que he descubierto en estas semanas es que, a pesar de
estar cansado de forma casi constante, apenas me doy cuenta de ello. Dormir
pocas horas tampoco se ha vuelto ningún problema, ya que me mantengo en
movimiento. Es como si me hubiese adaptado a este ritmo de vida de forma
inconsciente en poco tiempo. Al principio era mucho más difícil salir del catre
pero ahora me levanto casi propulsado por un muelle invisible.
Resulta muy interesante pensar en cómo nos hacemos a los
horarios sin, incluso, necesidad del odiado despertador. Desde hace unos pocos
días he conseguido despertarme antes de que suene. Acto seguido, desactivo los
primeros despertadores pero dejo alguno puesto por si las moscas. No sería la primera vez - ¡ni será la última! –
que me quedase dormido otra vez y despertase más tarde de lo debido. A veces el
reloj natural, o el instinto de autoconservación, nos traicionan. Hay que tomar
precauciones.
He realizado otro descubrimiento interesante en estas
semanas. Hace mucho tiempo que no tenía una agenda tan apretada como para no
tener tiempo de estar, literalmente, sin hacer nada. Creo que la última vez que
estuve en una situación similar fue en mis años de adolescente, cuando iba al
instituto por la mañana y a una academia de inglés por la tarde… tiempo ha. Tal
vez por eso no me había dado cuenta de un simple hecho de la vida: haciendo
cosas – productivas - es como mejor se disfruta de uno mismo.
A día de hoy, los días que libro los aprecio de una forma muy distinta. Antes, dado que mi
condición habitual era no tener mucho que hacer apenas si notaba la existencia
de días libres. Ahora, en cambio, los momentos libres son los que casi brillan
por su ausencia. Por otra parte, el poco tiempo libre que me queda lo consume
cierta persona especial en mi vida, es decir, mi novia. Estas líneas han sido
inspiradas en gran medida por ella. Gracias hacerme vivir al límite, cielo.
César P.
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