6 de marzo de 2015

La avaricia no me vicia, me cansa


Hay mucha irracionalidad en este mundo, tanto así que a menudo parece que no somos la forma de vida más inteligente, salvo por unos pocos que se encierran en laboratorios para investigar y desarrollar lo que muchos disfrutan, como Smartphones, tablets y un largo etc. Me parece lamentable que en pleno siglo XXI todavía haya una gran cantidad de personas, por no decir que la gran mayoría, que guían sus vidas por principios meramente egoístas. El dinero, ese gran mal que corrompe el corazón de las personas. Ese bien tan preciado que se acumula en paraísos fiscales, cuentas de banco o bajo el colchón.

Dinero, dinero, dinero.

Parece que todo girase en torno a las monedas y billetes. Es nuestro tesoro, hay que conseguirlo a cualquier precio y guardarlo a buen recaudo. ¿Eso es la vida o en esto la hemos convertido? Enhorabuena, en el mundo capitalista en el que vivimos nos hemos cargado todo y lo único que queda es el afán de recaudación que muchas personas profesan con una devoción que pueden envidiar los creyentes de cualquier credo. Solo importa la pasta gansa, todo lo demás es completamente irrelevante, ni qué decir los medios a los que se recurra para llegar al fin: tener más dinero.

Tal es la insensatez de los avaros que poco o nada les importa hacer de este mundo un lugar peor para todas las futuras generaciones. Da igual que los hijos de nuestros hijos posiblemente no vean jamás a un elefante con vida, si podemos cargarnos a todos para conseguir dinero con sus colmillos de marfil. Poco o nada importa en absoluto talar y quemar todo el Amazonas, la selva más importante del mundo, con tal de sacar un buen taco de dinero ahora mismo. Que les den a los que vienen después, ellos ya se apañarán. Y así podríamos seguir enumerando ejemplos ad infinitum.

Con tal filosofía de vida, este mundo se dirige al garete a velocidad de vértigo. Tanto así que da auténtico miedo pensar en estas cuestiones, cada vez que le dedico un rato a meditar sobre el asunto acabo, inevitablemente, con malestar generalizado. Somos capaces de mucho más, y lo sabemos, somos conscientes de ello pero no nos estamos molestando lo suficiente como para hacer las cosas mejor. De no cambiar de rumbo en algún momento, esto no puede acabar bien.

César P.

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