Resulta alarmante
lo rápido que pierden valor las cosas hoy en día. Debido a la
vertiginosa velocidad a la que salen nuevos cacharros el mundo de la
electrónica me suele cabrear un poco con cierta frecuencia. Compras
un ordenador y al cabo de unos meses ya resulta un poco viejo,
después de un año ya es obsoleto. Más allá de ese tiempo, ya ni
hablamos, pues se trata de algún dinosaurio digno de ser expuesto en
un museo o de ser tirado al desguace. No vale ni para piezas.
Muchos de los
artículos que se fabrican actualmente son de una vida: de usar y
tirar. Resulta complicado extender la vida útil de la mayoría de
ellos por varios motivos. El principal, y el que más me ha alarmado
siempre, es que el precios de las reparaciones suele exceder el valor
actual del producto. Por ejemplo, compramos un televisor y, digamos,
se estropea al cabo de dos años. Lo más probable es que salga más
barato comprar uno nuevo que mandarlo reparar, eso lo sabemos todos.
Este sencillo ejemplo demuestra lo que intento exponer: el consumismo
en el que estamos sumergidos nos nubla el sentido común.
Después de todo,
¿qué lógica sigue que una reparación sea más barata que la
compra de un televisor de última tecnología de una gama similar? La
respuesta es unívoca al cabo de un rato de meditación: sigue la
lógica de un vendedor que quiere maximizar las ventas en cada
momento presente sin tener en cuenta todo lo que se tira por mantener
una política tan derrochadora. Lo que acaba pasando es que la
mayoría de las personas tiran todo y compran algo nuevo, la rueda
del consumismo sigue girando un día más.
¿Qué pasa con lo
que se tira a la basura? Solo una ínfima parte – seamos honestos –
se vuelve a aprovechar, ya sea reparándolo, reciclándolo o
donándolo. Luego, la gran parte de todo lo que dejamos de usar acaba
contaminando el medio ambiente sin utilidad alguna ni fin que no sea
joder nuestro pobre planeta un poco más. Y todo esto viene dictado
por cuatro multinacionales que quieren ganar más dinero hoy a costa
de todo lo que ese derroche suponga.
No sé qué es lo
peor de todo este círculo vicioso de autodestrucción, si el
exacerbado egoísmo de unos pocos o la indiferencia de la mayoría.
En los países desarrollados la gente disfruta de un alto nivel de
vida que tiene, asimismo, un alto grado de contaminación. En los
países en vías de desarrollo, tres cuartos de lo mismo, la
diferencia es que la calidad de vida es un poco inferior pero se
contamina incluso más que en países desarrollados en algunos casos
debido a la falta de políticas que controlen este desmadre. Los
únicos que casi no contaminan son los países pobres, porque no
pueden.
Si le damos un
valor a nuestra moralidad, debo llegar a la conclusión –
inevitable – que no solo estamos devaluando todo lo que producimos
y usamos, no porque de verdad las cosas pierdan tanto valor al cabo
de un tiempo sino por políticas irresponsables. También estamos
devaluando nuestra escala de valores a favor de un comportamiento
globalmente irresponsable. Pensadlo bien, entre hacer lo que hacemos
a nivel mundial y pisar el acelerador hacia un barranco hay poca
diferencia. Bueno, puede que solo la cantidad de personas
siniestradas.
César P.
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