16 de marzo de 2015

Todos nos devaluamos con el tiempo


Resulta alarmante lo rápido que pierden valor las cosas hoy en día. Debido a la vertiginosa velocidad a la que salen nuevos cacharros el mundo de la electrónica me suele cabrear un poco con cierta frecuencia. Compras un ordenador y al cabo de unos meses ya resulta un poco viejo, después de un año ya es obsoleto. Más allá de ese tiempo, ya ni hablamos, pues se trata de algún dinosaurio digno de ser expuesto en un museo o de ser tirado al desguace. No vale ni para piezas.

Muchos de los artículos que se fabrican actualmente son de una vida: de usar y tirar. Resulta complicado extender la vida útil de la mayoría de ellos por varios motivos. El principal, y el que más me ha alarmado siempre, es que el precios de las reparaciones suele exceder el valor actual del producto. Por ejemplo, compramos un televisor y, digamos, se estropea al cabo de dos años. Lo más probable es que salga más barato comprar uno nuevo que mandarlo reparar, eso lo sabemos todos. Este sencillo ejemplo demuestra lo que intento exponer: el consumismo en el que estamos sumergidos nos nubla el sentido común.

Después de todo, ¿qué lógica sigue que una reparación sea más barata que la compra de un televisor de última tecnología de una gama similar? La respuesta es unívoca al cabo de un rato de meditación: sigue la lógica de un vendedor que quiere maximizar las ventas en cada momento presente sin tener en cuenta todo lo que se tira por mantener una política tan derrochadora. Lo que acaba pasando es que la mayoría de las personas tiran todo y compran algo nuevo, la rueda del consumismo sigue girando un día más.

¿Qué pasa con lo que se tira a la basura? Solo una ínfima parte – seamos honestos – se vuelve a aprovechar, ya sea reparándolo, reciclándolo o donándolo. Luego, la gran parte de todo lo que dejamos de usar acaba contaminando el medio ambiente sin utilidad alguna ni fin que no sea joder nuestro pobre planeta un poco más. Y todo esto viene dictado por cuatro multinacionales que quieren ganar más dinero hoy a costa de todo lo que ese derroche suponga.

No sé qué es lo peor de todo este círculo vicioso de autodestrucción, si el exacerbado egoísmo de unos pocos o la indiferencia de la mayoría. En los países desarrollados la gente disfruta de un alto nivel de vida que tiene, asimismo, un alto grado de contaminación. En los países en vías de desarrollo, tres cuartos de lo mismo, la diferencia es que la calidad de vida es un poco inferior pero se contamina incluso más que en países desarrollados en algunos casos debido a la falta de políticas que controlen este desmadre. Los únicos que casi no contaminan son los países pobres, porque no pueden.

Si le damos un valor a nuestra moralidad, debo llegar a la conclusión – inevitable – que no solo estamos devaluando todo lo que producimos y usamos, no porque de verdad las cosas pierdan tanto valor al cabo de un tiempo sino por políticas irresponsables. También estamos devaluando nuestra escala de valores a favor de un comportamiento globalmente irresponsable. Pensadlo bien, entre hacer lo que hacemos a nivel mundial y pisar el acelerador hacia un barranco hay poca diferencia. Bueno, puede que solo la cantidad de personas siniestradas.

César P.

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