18 de agosto de 2015

El fracaso escolar de los padres


Como parte de mi trabajo evalúo el rendimiento de los alumnos y con cierta frecuencia el de los padres, también. Cuando los alumnos mejoran con prontitud, los padres tienen mucho que ver. Cuanto más se involucran en la educación de sus hijos, mejor resultado obtenemos con las clases. En realidad, estimo que todo lo que se hace en clase tienen que ser repasado y practicado por el alumno. Para ello, lo ideal sería dedicar la misma cantidad de tiempo en este trabajo personal por cuenta propia. Sin embargo, no todos los alumnos llevan a cabo esta simple regla de estudio. Lo habitual es que dediquen menos tiempo al repaso y que se centren solo en lo que tienen que poner al día.

También hay quienes solo se miran los contenidos cuando estoy yo delante de ellos. Por no mencionar los casos patológicos que pasan de todo lo anterior y tan solo hacen algo de caso cuando damos clase. Y casi ni eso. No sé qué les pasa a algunos chavales que están permanentemente ensimismados y somnolientos. Es como si no terminasen de despertarse nunca y, por lo tanto, cuando damos clase no están al cien por ciento en lo que estamos haciendo. Después de casi un año dedicándome a esto a tiempo completo, sigo sin saber cómo lidiar con este tipo de casos. Qué puedo hacer yo si los chavales duermen mal y encima no se preocupan por dedicar tiempo al estudio.

Para colmo de males, cuando los alumnos no se interesan en mejorar, los padres suelen estar ausentes o poco involucrados en su rendimiento escolar. Por ello, el fracaso en este ámbito se traslada directamente a ellos, ya que son los responsables directos de estos malos resultados. Por contratar a alguien para suplir las carencias educativas no se arregla mágicamente el problema. Cuando subyace una problemática más complicada, que está arraigada por diversos factores internos y externos, el asunto no se resuelve con un profesor particular que viene unas horas para tratar los contenidos que el alumno ya debería dominar. Nosotros trabajamos la parte teórica y la práctica en las asignaturas que conllevan cálculos. Pero no trabajamos lo demás.

Por lo tanto, es como si solo lidiásemos con la punta de un iceberg sin tener en cuenta todo lo que hay por debajo. El problema, además, es que pocas veces puedo hablar con los padres con la confianza necesaria como para explicarles cual es el verdadero problema. Me sorprende siquiera que tenga que explicar algo así, que me parece evidente. Siempre he sido un buen estudiante en el sentido de saber lo que hay que hacer para aprender los contenidos necesarios. No siempre he estado concentrado como debería con el estudio pero también ese asunto me permite conocer el problema de algunos estudiantes desde mi experiencia.

Hay muchos padres que no tienen ni idea de cómo educar a sus hijos. Lo que es peor, consideran que gastando dinero en un profesor se arregla todo. Es decir, el razonamiento es éste: no sé cómo arreglar el problema, en vez de sentarme con mi hijo o hija a estudiar o hablar del asunto, le echo el muerto a otro y que haga lo que pueda. Así, si mi hijo o hija no aprueba es porque no quiere y ya no tiene excusa. Como cualquier otro silogismo, éste también cae por su propio peso.

César P.   

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