Uno de los
recuerdos más atesorados de mi adolescencia es el tiempo que pasaba
en los campos de fútbol sala jugando y entrenando. A menudo tan solo
pateábamos el balón por matar el tiempo y echábamos las tardes
hasta que ya no se veía nada, vaya que si pasábamos el rato. La
típica pachanga que surgía
de la nada es lo mejor de todo. Empezábamos y no había final, ni
descanso, ni árbitro; era jugar por pasarlo bien. Recuerdo que lo
pasaba tan bien como con mi otro pasatiempo: jugar al ordenador de
toda la vida. Sin embargo, mientras que jugando en casa me dejaba la
vista, jugando al fútbol hacía ejercicio de forma continuada.
Ahora
he vuelto a un campo de fútbol después de años sin pasarme ni para
ver un partido. Estoy ayudando a mi madre con un chiringuito que abre
los fines de semana y la verdad es que el ambiente no está mal. A
veces la gente se pone un poco pesada, sobre todo aquellos que no
respetan la propiedad ajena. Hoy en día, veo las cosas de otra
forma. Antes yo era quien pateaba un balón alegremente sin
importarme nada más. Pero ahora soy yo quien tiene un coche que no
quiere abollado por balonazos y debo atender a gente de rato en rato.
Pensándolo
así, hasta resulta depresivo esto de cumplir años. Las
responsabilidades nos rodean a medida que envejecemos, se hace algo
tan habitual que a menudo ni siquiera soy consciente del alcance de
esos deberes. Debo
hacer esto y lo otro, madrugar, ir a currar, luego seguir currando y
así. Por suerte, después de un mes de mucha actividad, Agosto,
ahora tengo tiempo para estirar el cuerpo y la mente. A pesar de
ello, no puedo pegarme a las sábanas tanto como me gustaría, mierda
de vida.
Lo
que sí puedo hacer es ponerme al día en mis series favoritas en mi
tiempo libre. Cuando veo a los chavales de la mitad de edad que yo
(¡qué viejo soy joder!) recuerdo cómo me lo pasaba cuando estaba
en su lugar ya sea jugando sin más o en la liguilla del barrio. Creo
que por aquel entonces presentarme a los partidos de liga era de
lejos lo más responsable que hacía. No molaba eso de madrugar los
sábados pero aparte de eso era divertido. Qué buenos tiempos
aquellos.
César P.
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