17 de septiembre de 2015

Somos nuestros más duros jueces

Estoy acostumbrado a los “fracasos” como parte de mi trabajo. Debido a que soy autónomo, me toca contactar y llegar a un acuerdo con los clientes antes de empezar a dar las clases. Es habitual que alguien no esté de acuerdo con la oferta que le hago; mayormente por cuestión de horarios. Los padres suelen buscar un horario que no les perturbe las tardes pero como no puedo teletransportarme todavía, mi disponibilidad es limitada. Luego, también está el precio y, en ocasiones, mi forma de plantear las clases.

Sorprendentemente, la gente no suele poner en duda mi conocimiento sobre las asignaturas que imparto. Como he dicho, el mayor inconveniente a la hora de captar a un nuevo cliente es el horario de las clases puesto que algunos no son nada flexibles con este asunto. A mí cada vez me interesan menos quienes imponen en vez de negociar. Hay mucha gente que necesita ayuda de un profesor como para preocuparme por quienes exigen ciertas franjas horarias. Además, suelen ser los que menos continuidad tienen en las clases y, encima, los que más te exprimen.

En ocasiones, me tomo un poco más a pecho los “fracasos” o, mejor dicho, el rechazo de un alumno. Hace poco, me encontré a un chaval que era de letras y quería prepararse para entrar en medicina, para lo cual necesitaba aprender matemáticas y ciencias. Era un caso perdido desde el comienzo, ya que sus objetivos no eran para nada realistas. Él necesitaba dominar matemáticas de primero de carrera en tres meses y partíamos de nivel de ESO mal aprendido. Irreal. Sin embargo, acepté embarcarme en esa aventura porque me recomendó un amigo.

Después de la primera clase con este alumno, me di cuenta de que iba a ser complicado pero fui optimista, empecé a planificar el estudio y pensé en los ejercicios que le vendría bien para asentar la base. Cuál sería mi sorpresa aquella tarde al enterarme de que el chico se había apuntado a una academia, según me comentó, y me cancelaba las clases. Intenté averiguar el motivo de su cambio de planes infructuosamente. Pensé que había sido un mal profesor, que tal vez había explicado mal los contenidos la primera clase, etc.


Poco después, hablé con un colega que se dedica a dar clases desde hace más tiempo y me ayudó a darme cuenta de lo evidente: de la imposibilidad de enseñar a alguien tanto temario en tan poco tiempo. Como bien dijo Julián aquel día, igual me he quitado un buen marrón de encima con este alumno. Pero a veces acabo siendo demasiado crítico conmigo mismo a pesar de que todos los alumnos que tuve en agosto recuperaron sus asignaturas salvo uno al que le quedó una de dos materias. Not bad.

César P.

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