Ayer hablaba con mi novia mientras dábamos un paseo por el
barrio y me dijo: “ya apenas quedan 3 meses y una semana para salir de
cuentas”. Entonces recordé lo avanzado de su estado, que llevamos ya semanas
comprando cosas para el bebé, que la montaña de pañales empieza a apilarse,
tantas cosas. En un momento, todo se volvió como más real de lo que ya venía
siendo. Mi hijo llegará en solo tres meses de nada, ¡solo un trimestre! Luego,
me queda una evaluación para ser padre primerizo y mi vida va a dar un cambio
radical.
¿Estaré listo? ¿Seré un buen padre? ¿Molaré como padre? Esas
preguntas me acechan tras cada esquina algunas veces, ¡¿seré un buen padre?!
Venga, va, un momento de relax. Quiero pensar que sí, incluso tengo ideadas
algunas pautas para la educación de mi hijo que me parecen innovadoras. Como
profesor particular desde hace ya casi una década, he aprendido unas cuantas
cosas y más en el último año, durante el cual esta actividad ha llegado a ser
mi principal fuente de ingresos. Sin embargo, visualizo una conjunción de
sucesos que me puede catapultar lejos. Al estrellato o estrellado, como se
suele... bueno, no se se suele decir, ¿o sí? Se me acaba de ocurrir.
En fin, divago porque mi cerebro no deja de evaluar diversas
situaciones. ¿Seré un buen padre? ¡Maldición! ¡Vale ya! A veces, pienso “solo
son potenciales eléctricos revoltosos”. Obviamente, me refiero a mis
pensamientos. Pero vaya si revuelan últimamente. Mi novia no es la única con las
hormonas agitadas. Algunos días a mí me entran dudas sobre mis capacidades pero
pronto se disipan. No soy una persona insegura en lo que a mis habilidades
respecta, sé lo que puedo hacer y sé lo que no. Entonces, aprendo a hacerlo. No
dudo ni tengo miedo. Pero, el maldito pero... ¿y si las cosas no salen
remotamente como me gustaría?
Así es la vida, supongo. Un frenesí de sorpresas
empaquetadas de muchas formas, cada cual más irónica. Porque la vida, como ya
sabrás, tiene una ironía refinada por la mismísima selección natural de las
cosas. Sea que lo que sea, espero que venga bien y el tiempo dirá. Me interesa
conocer a mi hijo, hablar con él y decirle, algún día: “te queda mucho por
aprender, pequeño saltamontes”. Primero, tendré que cambiarle los pañales bien.
César P.
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