¿Será que los medios de nuestra mitad del
mundo hacen chocolate tanto del cacao como del carbón? Pienso, me corrijo:
quiero creer, que sí. Qué cintura tienen estos sujetos, Dios.
Como ya sabrán, el nuevo Papa ha viajado
hasta el Vaticano desde Argentina. Jorge Bergoglio era, hasta hace una semana,
el cardenal de la archidiócesis de Buenos Aires. Tendrían que ver cómo se vivió
la fumatta blanca en Argentina.
Quiero decir, la reacción el pueblo argentino ante el anuncio. Los festejos de
esta semana me parecen más propios de un campeonato mundial que de la elección
del Papa Francisco: miles de personas en vigilia en la Plaza de Mayo de
madrugada, cuatro larguísimas banderas blancas y amarillas cubriendo el obelisco
por los cuatro laterales, venta de estampitas, retratos y llaveros con la
figura de Bergoglio y un renacido sentimiento católico apostólico romano entre
los ciudadanos.
Pero de ninguna manera podría ser este un
festejo futbolístico. Jorge Bergoglio es hincha de San Lorenzo, uno de los
clubes menos carismáticos de Argentina. Parece que su elección fue atinada y
premeditada, porque solamente quien cuida la verosimilitud en sus gustos puede
tomar la precaución de simpatizar con el único club de Argentina que debe su
nombre a un santo. San Lorenzo es un club del principio del fútbol en mi país,
un club que -si acaso- realiza una buena campaña cada diez años y este año hasta
podría descender. Es muy difícil encontrar por aquí alguien que no tenga una
opinión negativa sobre San Lorenzo excepto, claro está, por sus hinchas. Quizás
ignoro que cuando hubo que definir los colores de la camiseta hubo un acuerdo
entre los dirigentes de San Lorenzo y del Barcelona, pero lo cierto es que esa
es la única nota común entre ambos: discutiría con cualquiera si el deporte que
juega San Lorenzo los domingos se llama fútbol. Amén de estas apreciaciones
cargadas de opinión, el último domingo la inscripción “Papa Francisco” apareció
en el pecho de la camiseta blaugrana. Síntoma de los tiempos.
Me sorprende la enorme trascendencia que
tiene en Occidente la elección de un Papa. Francisco I es el segundo Papa
elegido en el siglo XXI. Da muestras de que tiene la decisión firme e
incorporada de conducir a la Iglesia por un camino nuevo. Tan nuevo como
celebrado. Sirva este dato como referencia: al año 2012, el número de católicos
en el mundo estaba en 1196 millones de personas. China, el país más poblado del
mundo, está en 1343 millones. La diáspora católica se distribuye de Rusia hacia
Occidente, por lo tanto, de este lado del planeta, es el Jefe de Estado con
mayor poder nominal. ¿Ha hecho la Iglesia algo con ese gigantesco poder? Nada.
Por el contrario, aparecen más y más informaciones que repelen sobre lo que
pasa en ese ínfimo riñón donde se enquista el poder divino. No podemos olvidar,
como si los pendientes del día hubieran quedado debajo de una pila de trámites
urgentes, que Ratzinger renunció a su papado envuelto en una oscurísima trama
que no ha salido a la luz pero que sin dudas valdría más de un premio si
llegara al cine. ¿Síntoma de qué es haber puesto la pesada carga de conducir a
la Iglesia Católica sobre los hombros de un latinoamericano ignoto? ¿Es algo
así como una estrategia publicitaria?
No pretendo con estos comentarios agotar el
tema Papa, simplemente llamar la atención para diferenciar lo que parece ser de
lo que realmente es. Cada cual es libre de creer en lo que a su corazón mejor
haga. Esa comunión es individual antes que institucional. Las instituciones -la
Iglesia una de ellas- eran corporaciones con legitimidad absoluta hasta hace
poco tiempo que desesperan de sólo imaginar qué pasará cuando la pierdan del
todo.
Tolxoko
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