Para seguir en nuestra línea geopolítica,
permítanme dedicar un artículo a un asunto destacado en la historia reciente de
mi país. Me gustaría escribir sobre las Islas Malvinas, dos islas que si miran
en un mapamundi encontrarán a unos cuantos kilómetros de la costa argentina de
Tierra del Fuego, bien al sur.
Las Islas Malvinas son un tema delicado en
la historia argentina. Hace hoy 31 años, el 2 de abril de 1982, un gobierno
militar inconstitucional que 6 años antes había dado un golpe de estado,
barriendo del gobierno a Isabel Martínez de Perón y que obraba en la oscuridad
más plena, anunció que tropas argentinas estaban navegando hacia las Malvinas
para reivindicar nuestra soberanía sobre ese territorio. Territorio que había
sido entregado a los ingleses en 1833. Una ridiculez, una irresponsabilidad
repudiable, una actitud temeraria imbécil. La Argentina de esos tiempos sigue
saliendo de ese abismo, de esas sombras, siguen revelándose decisiones de las
altas cúpulas exentas de escrúpulos.
Pese a lo que se arriesgaba con aquella
decisión, la Plaza de Mayo (la plaza en la que, desde 1810, el pueblo pisa y
camina cuando un acontecimiento lo despierta) estaba colmada de gente
celebrando la decisión. Las guerras son así, lamentablemente tienen un
componente clave y engañoso que es el apoyo popular. ¿Cuánto tiempo hace que
vemos distintas encuestas en las que se pregunta a los estadounidenses si están
de acuerdo con la Guerra de Afganistán o la Guerra de Irak? Desde que George
Bush decidió hacerlo venimos enfrentando distintos relevamientos que ponen en
claro que la decisión de una guerra, si bien eminentemente política, necesita
persuadir a la población de que el enfrentamiento armado no es necesario o
inevitable, sino más bien deseado o merecido. Desde la perspectiva del
atacante, es una suerte de castigo, una visita hostil para reprochar malas
decisiones o reprobar inconductas. Por supuesto, esta predisposición no marca
el devenir de la guerra que acaba de comenzar. Tenemos como hipérbole de
incursiones de este tipo la Guerra de Vietnam.
La Guerra de Malvinas fue un error, un
vicio, un equívoco. Una estupidez. Fue la decisión de un gobierno militar desvalido,
arrinconado y cuestionado, desesperado por recuperar la armonía ciudadana. NO
se tuvo en cuenta que Argentina no tenía tropas preparadas (¿existe tal cosa?)
y en la corrida la decisión fue enviar a los reclutas que estaban haciendo
servicio militar obligatorio, apenas terminada la escuela. Inglaterra reaccionó
tomando la ocasión como una oportunidad para desplegar algo de su poderío,
olvidar un poco las deudas contraídas con los Estados Unidos por la Segunda
Guerra Mundial. La guerra de Malvinas se extendió desde aquel 2 de abril hasta
el 14 de junio de ese mismo año, en latitudes tan meridionales que el frío de
ese invierno cala los huesos. 904 personas murieron por ambos frentes.
Recientemente sucedió algo grotesco: el
gobierno inglés decidió someter la cuestión de la soberanía a referéndum. Se
hizo entonces, un plebiscito en el que se preguntó a los habitantes de la isla,
ingleses todos ellos, respecto de su preferencia de seguir siendo o no
territorio británico de ultramar. Del padrón de 1672 votantes, sufragaron más
del 90 %. El resultado fue un 98,8% de votos por la afirmativa y solamente 3
votos por el NO.
Si verdaderamente esperábamos llegar a
negociar con Gran Bretaña una colonia como las Falklands, o si varias décadas más tarde (digamos, segunda década
del siglo XXI) hubiese sido posible hacerlo, con esa guerra maldita dimos a los
ingleses pretexto para negarse un buen tiempo más. La ONU, desde el Comité de
Descolonización sigue haciendo intentos nominales, fríos, intrascendentes para
conseguir avances en el tema. Hoy, en Argentina se recuerda un nuevo
aniversario de esta guerra que pudo no haber sucedido nunca con sólo un poco de
entereza humana. Acaso muchas otras guerras tampoco.
Tolxoko.
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