La Unión Europea, desde su
fundación, está sumida en un sermón irreal y poco sincero. Todo el procedimiento
se ha enmascarado con un discurso casi extático, utópico, de altos vuelos, colocando
como propósito la paz y la urgencia de vencer los difíciles conflictos del
pasado. Es probable que esta fuera la idea de sus comienzos, pero este proyecto
ficticio muy pronto se convirtió en humo y de ello, a día de hoy, no queda prácticamente
nada. La realidad es muy contraria, aun cuando se continúe atosigando a los
pueblos y a las sociedades con esta farándula melindrosa.
Específicamente en España, fue
muy sencillo el señuelo. Después de cuarenta años de dictadura y encierro, tras
un largo periodo de experimentar el rechazo, de llegar a creernos que África empezaba
en los Pirineos, estábamos dispuestos a dar por bueno, sin ningún análisis previo,
todo lo que llegara de Europa; nuestro ingreso a la Comunidad Económica Europea
nos colmó de orgullo. Nos aproximamos a Europa gratificados, sin estar convencidos
de merecerlo; acomplejados, nos pusimos como objetivo demostrar a nuestros
vecinos que nadie nos vencía a ser buenos europeos.
Lo que hoy conocemos como Unión
Europea se diferencia mucho de esa idea apasionada
que se ha pretendido vender a los europeos. La verdad es que no se puede hablar
de la unión de Europa, sino de la Europa de los negociantes. Desde el principio,
el proyecto fue girando hacia intereses financieros y mercantiles, dejando atrás
cualquier otro propósito. Se cimentó sobre una desigualdad arriesgada que estudiaba
tan solo unas particularidades, dejando otros secundarios de los anteriores a
criterio de los Estados nacionales, lo que produjo que las contradicciones y
desequilibrios, antes o después, llegarían a aparecer.
La Unión Europea se ha erigido a
espaldas de los ciudadanos, escondiéndoles la magnitud y los efectos de los
acuerdos y ocultando los intereses económicos que instigaban el desarrollo. La
clase política ha actuado siempre detrás del telón, procurando aclarar lo menos
posible a sus respectivos ciudadanos, y cuando estas consultas eran inevitables
se recurría a la intoxicación y a la connivencia de los medios de comunicación.
Es más, si la votación no era positiva se hacía tantas veces como fuera posible
igual que sucedió con la Constitución, transformándola en un tratado de modo
que no fuera necesario realizar un referéndum.
Es casi un tópico manifestar el tremendo
déficit democrático que ha amparado a todo el proceso de fundación de la UE,
pero lo que es aún peor, está poniendo en peligro la democracia de los propios Países,
no solamente porque se hayan transferido facultades de estos a órganos como el
BCE, incompetentes políticamente, sino porque está volviendo vulnerables a los
países y a sus gobiernos de cara a los mercados y al capital.
Lady Blu
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