27 de enero de 2015

Viviendo entre la tempestad y la calma


Una relación es como la vida misma: hay periodos de paz y de guerra. A veces, las bombas empiezan a caer sin previo aviso pero lo habitual es que haya alguna señal, una especie de declaración de guerra. Acto seguido, los misiles teledirigidos a la yugular salen pitando y algunos, los mejor lanzados, hacen diana. Al igual que en los conflictos internacionales, ninguna pelea de pareja dura para siempre. La munición se agota y las energías merman. Cuando se han gastado los cartuchos, se llega a una tácita tregua y, eventualmente, a la paz.

Pero la paz tampoco es eterna. Con el paso del tiempo surgen nuevos conflictos, se retoman las armas. Es una lucha en la que ambos contrincantes conocen bien al enemigo, saben donde asestar los mejores golpes, se aprovechan de los puntos débiles del otro. No hay descanso, ni campo de batalla, la guerra se declara en todos los frentes hasta que hay un claro vencedor. Cada escenario cotidiano puede ser potencialmente un campo de batalla en cuestión de segundos. Entre el amor y el odio no hay mucha distancia, como ya se ha enunciado tantas veces, pues ambos sentimientos son dos caras de una misma moneda: la locura.

Lo mismo son el dolor y el placer para las sensaciones. Esta coexistencia de contradicciones o, cuanto menos, de marcados contrastes, hace que cualquiera parezca bipolar sin serlo. Es como pasar de la noche al día en lo que lleva decir un par de palabras. Pero, ¿qué es lo que causa los conflictos de pareja? Podría aventurarme a decir que muchos de los conflictos en parejas heterosexuales se deben a las diferencias entre hombres y mujeres, a quienes a menudo les cuesta sintonizarse. Esto, sin embargo, no explica satisfactoriamente lo que sucede en parejas homosexuales, luego, debe haber otra fuente de discordia.

Cada persona es un mundo en pequeño, encapsulado en su cuerpo físico. Es inevitable que uno de los dos desee algo y el otro quiera otra cosa en un momento dado, la falta de sincronización volitiva es una de las causas de conflicto más habitual. También lo es lo que viene a continuación, la dificultad – o incapacidad – de llegar a un acuerdo. Y así, de una mota de polvo, puede surgir una guerra pasional que arrastres a los otrora dos amantes al caos.

Parece ser que sin conflicto no hay amor así como sin noche no hay día. En ello reside parte de la magia de una relación, ya que después de cada pelea la reconciliación acerca a ambas partes un poco más. Sin amor no hay posibilidad de conflicto alguno.

César P.

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