Recuerdo cuando hace años, cuando era pequeño, me
preguntaban lo que quería ser de mayor o cómo me veía a mí mismo a los 30. En
aquel entonces, solía ver el futuro como un porvenir de felicidad. No se me
ocurría que las cosas me pudiesen ir mal de ninguna forma, ya que todo parecía
marchar bien. Ahora, en cambio, a veces tengo mis dudas y ya solo me quedan
unos pocos años para empezar la tercera década.
Es como si la vida se hubiese complicado exponencialmente.
Me da esa sensación. La vida de adulto es un sinfín de cosas, una tras otra sin
parar. Haz esto, haz lo otro, no olvides aquella historia ni dejes para mañana
esa otra. Y así ad infinitum. Un
rollo interminable que no deja ver lo único que veíamos cuando éramos niños: la
felicidad de la vida. ¿Dónde ha quedado ese verano sin fin? ¿Cuándo empezó el
invierno?
Todos nos imaginamos nuestra vida ideal durante la infancia
pero a menudo son sueños irreales, como ser astronauta o cazar dinosaurios.
Después, nuestras expectativas sobre la vida empiezan a tener los pies sobre la
Tierra. Pero, de pronto, después de mucho kilometraje, es como si los sueños se
desvanecieran. Y esto no puede ser, soñar mantiene nuestra alma con vida. La
ausencia de esperanza convierte nuestra existencia en una sosedad inaguantable,
¿no?
¿Cómo será el mañana? No hay forma de saberlo pero una cosa
es segura: hay tiempo suficiente para hacer aquello que tanto quieres. Algunas
cosas son más difíciles que otras, todo conlleva esfuerzo pero se puede
conseguir. Así es la vida, ¿no? Me gusta pensar en ello como en una partida de
ajedrez o de póker, ya que ambos juegos implican estrategia. A veces, debes
mover tus piezas para conseguir un objetivo. Otras veces, te va a tocar hacer
un all in y puede que ganes pero
puede que pierdas. Lo puedes perder todo en cuestión de segundos.
Cuando pienso en el final de los días, hay poco que pueda
imaginar porque no sé dónde, ni cuándo, ni cómo será. Pero quiero enfocar el
recorrido de forma tal que no quede nada que quiera hacer sin hacer ni nada que
desee de verdad sin alcanzar, aunque solo lo roce con los dedos. A veces el
gusto está en quedarse cerca de la piscina sin tirarse de cabeza, ¿o solo me pasa
a mí? El juego continua.
César P.
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