18 de febrero de 2015

Cómo encontrar un buen libro

Desde hace años, apenas me molesto en escoger los libros que leo, con algunas notables excepciones en dos temas, que son filosofía y física. Sobre todo lo demás, no soy muy exigente ni llevo un orden claro, me dejo llevar por los caprichos del destino y, con cierta frecuencia, pienso que resulta como si los libros fuesen los que me escogiesen a mí. Los acabo encontrando de las formas más inesperadas en escaparates que miro sin prestar atención cuando, de pronto, algo me llama.

Sin ir más lejos, recuerdo bien como el pasado verano acabé cruzándome con dos ejemplares de Nietzsche, el Zaratustra y el Ocaso de los ídolos en espacio de un mes, me leí ambos al menos dos veces cada uno. Poco antes, había estado leyendo sobre filosofía y había pensado -según recuerdo – que Nietzsche sería un buen autor del cual leer obras. Poco después, como si una cosa llevase a la otra, voilà, me encontré por casualidad con ambos libros.

Hace unos días, llevaba en la cabeza la recurrente idea de que debo leer más en inglés y, cómo no, algún clásico de la literatura moderna sería un buen primer paso en esta empresa. Uno o dos días después, voilà, me crucé con una versión traducida en paralelo del Fantasma de Canterville de Oscar Wilde. No soy un fan de los libros traducidos en paralelo pero bueno, era un librito de segunda mano que estaba a muy buen precio, ¡tenía que llevármelo!

Creo que desde siempre o, por lo menos, desde hace suficientes años como para haber perdido la cuenta, tengo debilidad por los libros. Por desgracia, no me he leído todos los que tengo en mis estanterías, ¡más quisiera! Esta es una seria asignatura pendiente que debo culminar cuanto antes. Siento que estoy la pagando factura correspondiente a mi déficit de lectura. A veces, no sé cómo precisarlo, me cuesta pensar en la palabra adecuada o debo consultar demasiado en internet para dar con una referencia.

Ambos síntomas se adolecen cuando no se ha leído tanto como se debería, ni tanto como uno quisiera. Ya sea por escasez de tiempo o por lo que fuere, hacer recortes en la lectura, simplemente, no es sano para el alma ni para la mente. Nuestro cuerpo subsiste de la materia orgánica que ingerimos a diario pero nuestra mente necesita algo más, ese alimento solo se encuentra en los libros y en la escritura.

Actualmente, me dedico a escribir de forma habitual más que nunca antes pero carezco de un hábito igual de constante en la lectura. Un buen libro no hace falta buscarlo demasiado, ya que aparece ante uno cuando menos se espera. Puedo usar la misma motivación de la que me serví para escribir más - y espero que mejor – en la encomiable tarea de devorar más libros: la superación de mis propias limitaciones.

César P.

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